Viajes con Heródoto

Ryszard Kapuściński

Ryszard Kapuściński es considerado uno de los grandes maestros del periodismo moderno. Nacido en Polonia en 1932, trabajó como corresponsal para el periódico polaco "Polityka", entre otros medios. A lo largo de su carrera, Kapuściński viajó a más de 100 países y cubrió una variedad de eventos históricos cruciales, como guerras, revoluciones y movimientos de independencia.

La obra de Kapuściński no solo ha servido como un registro histórico de eventos cruciales en África, América Latina y otras regiones del mundo, sino que también ha redefinido el género del reportaje. Su capacidad para combinar el periodismo con un profundo análisis antropológico y sociológico le permitió crear relatos que trascienden la mera narración de hechos. Es por esto que muchos de sus libros son considerados obras literarias más que simples reportajes.

En "Viajes con Heródoto", Kapuściński narra sus propias experiencias como corresponsal y viajero en países como la India, China, Sudán y Etiopía. A lo largo del libro, entrelaza sus vivencias con las historias y reflexiones del historiador griego Heródoto, a quien considera su mentor espiritual. Este enfoque dual permite a Kapuściński explorar temas universales a través de la lente de dos épocas distintas, enriqueciendo así su narrativa con una perspectiva histórica y filosófica profunda.

El fragmento que sigue corresponde a su primer viaje como corresponsal, a la India, un capítulo, en el fondo, anecdótico en el conjunto de la narración. 

Llegamos a Benarés a última hora de la tarde, en realidad, ya de noche. La ciudad parecía carecer de suburbios, de esos arrabales que gradualmente nos preparan para el encuentro con el centro, pues allí, sin aviso alguno, se pasaba de la noche más tupida, oscura y desierta al corazón de una urbe iluminada, atestada de gente y de ruido. ¿Por qué todas aquellas personas se congregaban en un mismo lugar, por qué se apretujaban y se pisaban, cuando alrededor había tanto espacio, más que suficiente para todas ellas?

Al bajar del autobús fui a dar un paseo. Llegué hasta un confín de Benarés. A un lado se extendían, sumidos en la oscuridad, unos campos desiertos e inertes, y al otro, enseguida, sin solución de continuidad, se levantaban los edificios de la ciudad, rebosante de gentío desde la primerísima fila de casas, fuertemente iluminada y sacudida por una música ruidosa. No supe explicarme aquella necesidad de vivir hacinados, de tener que rozarse a cada momento y abrirse camino a empellones cuando justo al lado había tanto espacio libre.

Los habitantes me aconsejaron pasar la noche en vela para, antes del alba, dirigirme a la orilla del Ganges, y allí, sobre una escalinata de piedra que bordeaba el río, esperar la salida del sol. «The sunrise is very important», decían, y en su voz sonaba la promesa de algo verdaderamente grande.

En efecto, todavía era noche cerrada cuando la gente ya había empezado a dirigirse hacia el río. Personas solas. En grupo. Clanes enteros. Auténticas columnas de peregrinos.

Tullidos con muletas. Ancianos reducidos a meros esqueletos, llevados a hombros por hombres jóvenes. […]

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