La civilización del Valle del Indo
Una geografía privilegiada
Ubicada en puntos estratégicos a lo largo del Valle del Indo, en las regiones que hoy corresponden a Afganistán, Pakistán y el norte de la India, fue la última de las cuatro grandes civilizaciones en ser descubierta y la más sugerente en términos de planificación y funcionamiento. Junto con Mesopotamia, Egipto y China, se la considera una de las primeras civilizaciones conocidas y la más antigua del sudeste asiático.
La civilización del Valle del Indo se desarrolló en la Edad de Bronce, entre el 3300 y el 1900 aC, aunque hay constancia de yacimientos agrícolas en la zona que datan del 7000 aC. Entre los más de 1.400 asentamientos que se han encontrado, destacan especialmente las ciudades de Harappa, Mohenjo-daro, Lothal y Dholavira. Mohenjo-daro, la más grande de las cuatro, con una superficie de 300 hectáreas excavadas por el momento, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1980.
Al igual que otras civilizaciones de la época, las ciudades del Valle del Indo surgieron alrededor de un curso de agua. Si Mesopotamia contaba con el Tigris y el Éufrates, Egipto con el Nilo y China con el río Amarillo y el Yangtsé, estas ciudades se desarrollaron en torno al río Indo. Este recurso hídrico permanente permitió a las primeras comunidades abandonar el nomadismo, establecerse y dedicarse a la agricultura, de la cual obtenían abundantes excedentes para comerciar.
Por otro lado, los ríos desempeñaron un papel crucial en el desarrollo de las redes comerciales, conectando lugares como Afganistán, las costas de Persia, el norte y oeste de la India y las ciudades-estado de Mesopotamia. Con estas últimas mantenían rutas comerciales regulares. Y es que la nobleza mesopotámica tenía una especial fascinación por los productos de lujo provenientes del Indo, donde destacaban por la producción de joyas, artesanía, telas, animales exóticos y cerámica. La estrecha relación comercial que existía entre ambas civilizaciones hizo prosperar sus ciudades de forma paralela, contribuyendo no solo a la rápida urbanización de núcleos urbanos como Mohenjo-daro, sino también a la consolidación de un flujo continuo de personas, ideas, relatos y modos de construcción.
Aunque existen similitudes entre los patrones de urbanización de ambas civilizaciones, las ciudades del Valle del Indo mostraban una sofisticación técnica y características únicas derivadas de su cultura. No solo eso, sino que tanto la escala como la densidad de población que alcanzaron algunas de ellas fue algo sin parangón hasta el momento. Las dos ciudades que mejor se conocen, Harappa y Mohenjo-Daro, situadas en el actual Pakistán, albergaban poblaciones que rondaban las 40.000 a 50.000 personas, cinco veces más que la población habitual de las grandes ciudades de la época, que era de unos 10.000 habitantes.
El descubrimiento de una nueva civilización
El descubrimiento de esta civilización lleva la firma de Charles Masson, un soldado británico que, a principios del siglo XIX, hastiado de empuñar armas en batallas coloniales, desertó de la Compañía Británica de las Indias Orientales, cambió su identidad y se lanzó a explorar la región. John Lewis, su nombre original, abandonó entonces el territorio controlado por los británicos y no paró hasta llegar a Afganistán. Llevado por su pasión por la numismática, durante unos años, se dedicó a recorrer la zona en solitario, viajando de incógnito y participando en expediciones arqueológicas.
Fue así como dio, en 1829, con las ruinas de Harappa, ciudad que, en su momento, atribuyó a una de las colonias de Alejandro Magno, específicamente a Sangala, ubicada a unos 300 kilómetros más al norte. El relato de sus viajes, plasmado en el libro Narrative of Various Journeys in Balochistan, Afghanistan and Punjab, captó la atención del ingeniero Alexander Cunningham. Algunos años más tarde, en 1861, Cunningham fundó el Servicio Arqueológico de la India con la intención de establecer un sistema profesionalizado de excavación en los yacimientos indios. Sin embargo, en ese momento, no había indicios de que las ruinas de Harappa ocultaran una civilización desconocida hasta entonces.
Fue el sucesor de Cunningham, John Marshall, quien comenzó a intuir que había algo más significativo por descubrir y ordenó excavar toda la zona a principios del siglo XX. Uno de sus protegidos y futuro director del Servicio Arqueológico, el arqueólogo indio Daya Ram Sahni, supervisó la excavación de Harappa entre 1920 y 1921, año en el que se estableció el descubrimiento oficial de la ciudad. Poco después se descubrió Mohenjo-daro, la mayor de las ciudades de la civilización del Indo y la que tenía una infraestructura urbana más avanzada. Las similitudes con Harappa abrieron la puerta al reconocimiento de una nueva civilización.
La importancia del agua en la planificación urbana
Si bien es cierto que a través de las rutas comerciales con Mesopotamia pudieron haber llegado unas primeras ideas sobre planificación urbana, los núcleos que se desarrollaron en el Valle del Indo superaron con creces sus vecinas de Oriente Medio.
En primer lugar, a diferencia de otros casos, las ciudades hindús no habían crecido gradualmente a partir de pequeños núcleos, sino que eran ciudades de nueva planta, diseñadas previamente y construidas a partir de una meticulosa planificación. Se concebían, desde el inicio, pensando en aprovechar al máximo la entrada de agua, con lo que se diseñaba primero la infraestructura hídrica y, sobre esta, se planificaba y construía la trama urbana.
Esta estrecha relación con el agua empezaba con su ubicación, emplazadas sobre cursos fluviales y elevadas del nivel inundable gracias a plataformas hechas con ladrillos. Adicionalmente, para protegerse de las inundaciones, así como de posibles enemigos, las ciudades estaban amuralladas.
Una vez seleccionado y preparado el terreno, se planificaban simultáneamente el diseño de las calles y el sistema de alcantarillado. De acuerdo con su sistema de creencias, el agua era considerada un elemento esencial de purificación. Tanto es así que, además de contar con baños públicos en la ciudad, todas las viviendas disponían de baños privados equipados con duchas y cisternas.
Las ciudades se organizaban a partir de una jerarquía de calles que formaban una cuadrícula. Las vías principales trazaban ejes rectos y perpendiculares entre ellos, subdividiendo, a su vez, la ciudad en zonas residenciales con calles secundarias más estrechas en las que se situaban viviendas de varias plantas. Lo más destacable de este tipo de urbanización era la sofisticación técnica del sistema de alcantarillado.
Las casas tenían baños con cisterna conectados, mediante tuberías de terracota, a una canalización enterrada que había en las calles secundarias. Desde allí, se recogían todas las aguas y se conducían hasta el sistema de alcantarillado central ubicado bajo los ejes principales. Finalmente, por gravedad, eran evacuadas al exterior de las murallas.
Una de las particularidades que más admiración ha suscitado en estas ciudades es la ausencia de templos, palacios o construcciones monumentales, lo que las diferencia de otras civilizaciones. No se han hallado pruebas de la existencia de reyes ni sacerdotes, ni tampoco se han encontrado armas o representaciones de combates. Además, no hubo grandes conflictos que devastaran ciudades enteras como en Mesopotamia. Esto sugiere que las ciudades no se construyeron en torno a una figura sagrada o un gobierno centralizado, sino que las sociedades eran igualitarias y pacíficas.
En cambio, estas ciudades destacaron por el avanzado nivel de su ingeniería civil y sus infraestructuras. Sus habitantes vivían en torno a la agricultura y el agua, lo cual da pistas sobre cuáles eran las construcciones más importantes: graneros para almacenar las cosechas, estructuras de captación y retención de agua, pozos, baños públicos, sistemas de drenaje y alcantarillado. De hecho, los baños públicos de Mohenjo-daro son la primera construcción de este tipo y escala de la que se tiene constancia. Esta gran piscina, de 12 x 7 metros y 2,4 metros de profundidad, estaba rodeada de patios y escaleras para acceder, lo que demuestra hasta qué punto el agua era un bien reverenciado y esencial para el día a día de las comunidades del Indo.
La adaptación al cambio climático: una cuestión de supervivencia
Los cambios en los patrones climáticos han sido una constante desde el inicio de la vida en la Tierra, y la supervivencia de las especies siempre ha dependido de su capacidad para adaptarse a estos cambios.
Entre el 2500 y el 1900 a.C., el clima se volvió impredecible: los ríos cambiaban su curso y la intensidad de las lluvias no siempre seguía los patrones habituales. Dado que la supervivencia de estas comunidades dependía especialmente de sus fuentes de agua, buscaron nuevos métodos de captación y acumulación de agua para enfrentar mejor los retos de un entorno cada vez más cálido y seco. Por ejemplo, en Dholavira desarrollaron un sistema de diques para desviar el agua y almacenarla en pantanos durante los meses secos, conduciéndola a la ciudad mediante acueductos. En Mohenjo-daro, las casas contaban con pozos para recoger aguas freáticas y captadores de viento en los tejados para refrescar los interiores en los períodos más calurosos.
A lo largo de los dos milenios que pervivió la civilización, el éxito de sus ciudades fue una combinación de su avanzada ingeniería civil, que les permitió optimizar los recursos hídricos, y las fructíferas relaciones comerciales que establecieron, especialmente, con Egipto y Mesopotamia.
Entre el 1900 y el 1500 a.C., sin embargo, la civilización entró en declive. Hasta el día de hoy, se desconocen las causas exactas de su desaparición, ya que no hay rastros de guerras ni grandes conflictos. Los habitantes simplemente abandonaron las ciudades y la zona se desurbanizó de manera pacífica.
Algunas teorías atribuyen este declive al cambio climático. El monzón comenzó a desplazarse hacia el este, volviéndose más suave en la región y dejando lluvias menos intensas. Paralelamente, las relaciones comerciales con Egipto y Mesopotamia se debilitaron. Dado que el éxito de estas ciudades dependía del agua y el comercio, sin ellos, ni sus modos de vida ni su economía tenían sentido. La población se dispersó hacia el sur, formando pequeñas comunidades agrícolas en torno a la llanura del Ganges.
Con el abandono de la actividad urbana, la escritura decayó y las ciudades quedaron enterradas bajo el polvo de una región cada vez más árida.
BIBLIOGRAFÍA DESTACADA
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